Abordando el tema de por qué la
circuncisión masculina es no sólo una práctica médicamente innecesaria y dañina,
sino también un tema de interés femenino, se han ido analizando las razones en
forma gradual; comenzando con las que resultan más bien físicas, médicas y
corporales, y moviéndonos ahora hacia las razones de índole ética, psicológica y socio-patriarcal.
Entre más nos movemos de lo físico a lo ético o social, más controversial se
vuelve el tema, incluso más especulativo; pues es preciso entender que no
resulta igual de fácil llevar a cabo un estudio médico que uno antropológico.
En estos tres temas va a tener más cabida el relativismo cultural. Además, las
pruebas de un daño psicológico ocasionado por la circuncisión, son mucho más
difíciles de obtener y de dilucidar, que las pruebas de un daño físico. Sin
embargo, son temas de suma importancia, dada su propia naturaleza.
- Como se mencionó en la primera entrega, la parte ética es la piedra angular de
nuestra ideología. Y es una ética muy fácil de comprender: su cuerpo, su derecho. Ninguna
asociación pediátrica del mundo recomienda la circuncisión neonatal de
rutina. No tiene absolutamente ningún beneficio, demostrado o potencial,
como para que sea éticamente justificable su imposición a un menor de
edad, quien evidentemente no puede dar consentimiento informado. Parece
obvio, pero aún hay padres que parecen olvidar que su bebé un día se
volverá hombre, uno que podría resultar no estar contento con haber sido
circuncidado a fuerzas. ¿Decisión familiar?... El único que va a estar utilizando
esos genitales será él, no su familia. Los padres que eligen a la ligera
una circuncisión para su bebé (y peor aún, si ya están informados acerca
de posibles daños), están haciendo la arriesgada apuesta de que su hijo opinará
exactamente igual a ellos, y eso no siempre ocurre. Existe una disparidad
legal que favorece a las mujeres; pues en países Occidentales es ilegal
cortar el más mínimo trozo de piel genital de una niña (en EEUU se
ilegalizó la circuncisión femenina en todos sus tipos, en 1997), mientras
que los varones no tienen la misma protección. Circuncidar “por estética”
a un varón es no solamente violatorio de sus derechos, también absurdo. Si
la vagina no tiene por qué ser un objeto de escultura según le parezca más
bonita a cierta sociedad, el pene no tiene por qué serlo tampoco. Son órganos
reproductivos y sensoriales cuya finalidad no es la estética, merecen que
se les deje en paz como la propiedad privada que son. Cientos de hombres
inconformes, anónimos por miedo a la burla de que podrían ser objeto, buscan
actualmente maneras (quirúrgicas y no) de restaurar su prepucio. Existen
métodos y productos. ¿Los hombres no se quejan?... Decenas de ellos nos
escriben correos. Y no somos nadie para burlarnos o menospreciar su sentimiento
de ser víctimas de una práctica médica chapucera y dañina.
- Dentro de las justificaciones que se le buscan dar a esta práctica, está el argumento simplista de que el bebé “no recordará” el dolor, y de que la circuncisión no tiene ninguna consecuencia psicológica. Falta literatura al respecto, pero no tiene ninguna lógica el hecho de que muchas madres aceptan la idea de que, aún antes de nacer, sus bebés acumulan experiencias sensoriales, ¿y de pronto resulta que “no sienten nada”, ni les quedan huellas subconscientes, al ser sometidos a una brutal operación genital? (realizada muchas veces sin anestesia, por cierto). En 2002 se publicó un estudio en el Journal of Health Psychology, concluyendo que muchos bebés recién circuncidados mostraban síntomas de estrés postraumático, y se cree que esos síntomas pueden dejar efectos para toda la vida. Otro estudio, más famoso, demostró que los niños circuncidados reaccionaban posteriormente a las vacunas con muestras de dolor más exacerbadas que aquéllos que estaban intactos. La huella inconsciente queda, y nadie se está preguntando qué efectos tiene. Podemos especular su posible influencia en una personalidad más violenta o desconfiada por parte de algunos varones, sobre todo más desconfiados de las mujeres, de aquella primera mujer que no respondió a los gritos del infante que sentía un dolor que no podía explicarse. No sabemos si será sólo casualidad, o quizá causalidad, que las culturas fuertemente “circuncidadoras” están más a menudo participando en guerras internacionales o son víctimas de ellas (judíos, musulmanes y estadounidenses).
- Para analizar, finalmente, razones sociales y de
patriarcado, hace falta mucho más espacio y también una preparación
académica en antropología, que no poseo. La literatura al respecto es
escasa y a veces vaga, sin embargo, estudiosos de identidades de género y
de poder como Miriam Pollock, hablan de cómo la circuncisión surgió en
sociedades antiguas como un sacrificio ritual. Es un tema de género, de
masculinidad y de poder. Hay teorías contradictorias, pero todas coinciden
en darle importancia a la circuncisión más allá de que sea una simple “medida
higiénica” – que se trata de un sacrificio con un fin patriarcal
determinado. Ningún estudioso afirmaría que esta es tan sólo una práctica aleatoria
que por coincidencia se hace a los varones y por coincidencia en los
genitales. Algunos creen que se trataba de una forma de expresar que el
niño y su cuerpo pertenecen a la comunidad. El mensaje no era tanto para
el niño como para sus padres: somete a tu hijo a este ritual doloroso y
riesgoso porque él no es tuyo sino del grupo, demuestra así tu obediencia
a la deidad que lo ordenó. Es una forma de domar el feroz instinto materno
de protección y recordarle a la madre que el cuerpo de un varón pertenece
al grupo y nunca a ella. Una manera, incluso, de separar tempranamente al
hijo de la madre, de forzarla a cortar su apego y poner primero el interés
común. Cabe preguntarnos si aún en nuestra sociedad actual quedan restos
de éste falocentrismo y de la idea inconsciente de un “sacrificio”: cuando
un doctor presiona a una madre para que el niño sea operado (escudándose
en la omnisciencia de ser el doctor), diciéndole que ella de todos modos “no
entiende nada, porque no tiene un pene” (mientras que él, sin tener matriz,
sí puede ser ginecólogo). El simple hecho de que a mí se me cuestione a
veces en mi capacidad de emitir una opinión acerca de esto, muestra irónicamente
esa misma cultura falocentrista. La descalificación por razón de género
es, precisamente, una muestra más de que estos rituales surgieron y perduraron
para afianzar un patriarcado que, a final de cuentas, nos dañaba a
nosotras, pero a ellos también.